La Evolución de un Bloguero: Entre la Nostalgia y la Reinvención Digital

Este blog jamás despegó. Justo cuando comenzaba a generar ingresos, Google decidió que este tipo de contenido no le convenía y anticipó la muerte prematura de la blogosfera. Tardé en aceptarlo, pero nunca abandoné mi deseo de tener un espacio para expresarme. Con el auge de las inteligencias artificiales —que, seamos honestos, distan de ser verdaderamente «inteligentes»—, los creadores de noticias se han volcado a producir contenido «artificial»: impecable en ortografía, pero carente de alma. Para qué engañarnos: incluso este texto, tras escribirlo, lo sometí a una IA para ajustar su tono y asegurarme de que transmita exactamente lo que quiero decir.

Esucha esto mientras lees.


Ahora bien, mi travesía en el blogging ha sido un caleidoscopio de formatos. Basta con explorar el sitio para encontrar noticias, curiosidades, videos, podcasts y un largo etcétera. Desde los inicios de la blogosfera, el mantra ha sido «elige un nicho y cíñete a él». Yo me resistí: no soy hormiga ni abeja para dedicarme a una sola tarea. Tras darle mil vueltas —incluso fantasear con crear blogs nuevos—, decidí quedarme con este. Lo alimentaré con lo que sé, con lo que soy, con ese anhelo de divulgar que llevo dentro. ¿Es acaso una forma sofisticada de chisme? Quizá, pero envuelta en la elegancia de quien busca conectar.

Suscribo a decenas de RSS, pero mi consumo digital se limita a ello. La red está plagada de contenido chatarra, sitios abandonados o clickbait. Los análisis profundos, antes financiados por publicidad, hoy están tras muros de pago. Los videos cortos reinan, y aunque intento adaptarme, mis métodos —poéticos, sí— no generan ingresos. Como dice el sabio de uno de mis cuentos: «elige el dinero». Y aquí estoy, buscando equilibrio entre poesía y pragmatismo.

La pandemia me transformó. Dejé de leer, redescubrí la música y libré una batalla contra el déficit de atención. Hoy recupero recuerdos sin Google, y evito Wikipedia salvo urgencias. Quiero retomar la lectura: nunca fue tan fácil acceder a libros, aunque extraño el tacto del papel. Lo mismo con las películas: atesoro ediciones físicas por sus extras —juegos, imágenes— que el streaming omite. El Barco de Teseo (inspirado en J.J. Abrams) y el Diario de la Dra. Halsey (de Halo) son mis próximas obsesiones: meta-libros que desafían formatos.

La música, siempre clave, merece un lugar aquí. Antiguos blogs la integraban en sus posts, y quiero revivir esa magia: que cada texto tenga su banda sonora. Volví también a las agendas de papel. Tras perder un diario en un evento multitudinario, confié en lo digital… hasta que un error de sincronización borró años de pensamientos. Recuperé casi todo, pero aprendí: ahora respaldo en tres lugares distintos. Gracias, profesores del bachiller, por inculcarme redundancia.

El almacenamiento es otro drama. Google Fotos ya no es ilimitado, y mi Pixel 8 Pro graba en 4K. Mis discos duros colapsan de fotos familiares, videos laborales y «objetos digitales» que no quiero perder. ¿Solución? Uso comandos de línea para ordenar archivos o limpiar virus; métodos antediluvianos que, irónicamente, salvan mi caos digital.


Este blog es mi bitácora de supervivencia en un mundo de algoritmos y atención fragmentada. Si algo resuena en ti —si también añoras la autenticidad bajo capas de IA—, no te quedes en silencio. Comenta, escribe, cuestiónate conmigo. Porque, como actor que vive del aplauso, un bloguero se nutre del diálogo. Te leo.

Escucho esto mientras escribo:



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