La usamos habitualmente cuando decimos que a alguien se lo ha expuesto públicamente al juicio de los demás. En realidad su origen es casi el mismo aunque con un pequeño detalle diferenciador que debe haber importado mucho a sus protagonistas. La picota era una columna de piedra de la altura de una persona en la cual, por siglos, los antiguos europeos colocaban las cabezas de los reos ajusticiados por algún delito grave. Se los mostraba públicamente, sí, pero no para que los juzguen -era un poquitín tarde ya- sino para asustar a los que estuvieran a punto de delinquir.
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