Tarde o temprano, casi cualquier discusión sobre evolución señalará el cuello de la jirafa como un ejemplo específico sobre el cual centrar el debate. Ha sido tema favorito de polémicas biológicas desde principios del siglo XIX. Todavía provoca confusión debido a que mucha gente encuentra la explicación de Darwin, que actualmente se incluye en los libros de texto, más difícil de aceptar que la versión expuesta por el naturalista francés Jean Baptiste Lamarck.
Casualidad afortunada
Los biólogos modernos combinan la teoría de la selección natural de Charles Darwin con la genética, aparecida en el siglo XX y dicen que el cambio evolutivo se debe a mínimas y azarosas variaciones en el ADN —secuencia de sustancias químicas que contiene instrucciones codificadas para el desarrollo de todo ser vivo—. Una jirafa, por una mutación circunstancial en su material genético, pudo nacer con cuello muy largo. Así estaría mejor equipada que sus parientes de cuello corto para comer las hojas de la copa de los árboles. Al conseguir alimento con mayor éxito, viviría más que otras jirafas y, por lo tanto, tendría más crías, muchas de las cuales heredarían cuellos largos similares. Las de cuello corto, sin esta ventaja, a la larga se extinguirían.
Lo que muchos encuentran inaceptable de esta explicación es que se confía en la pura casualidad. Según la teoría del transformismo, que Lamarck expuso en 1809 (medio siglo antes de que Darwin publicara El origen de las especies), la evolución estaba dirigida por cierta fuerza que impulsaba a las criaturas a perfeccionar su propia configuración para enfrentarse al medio.
Automejoramiento
En el caso de las jirafas, Lamarck opinaba que las de cuello corto empezaron a llegar a lo más alto de los árboles porque las especies rivales ya se habían comido las hojas inferiores. Así fue que alargaron esta parte de su cuerpo. La siguiente generación de jirafas heredó cuellos un poco más largos, y las subsiguientes los tuvieron cada vez de mayor longitud; los estiraron más, y continuaron el proceso de alargamiento hasta que nacieron jirafas con cuellos tan largos que no necesitaron estirarse para comer. En breve, los atributos físicos adquiridos por los padres podrían transmitirse a la siguiente generación.
Ahora se recuerda a Lamarck, sobre todo, por sugerir que "esta herencia de caracteres adquiridos" era el mecanismo del cambio evolutivo, teoría que resulta un anatema para los actuales darwinianos ortodoxos.
En la época de Darwin, los biólogos no tenían idea de la verdadera naturaleza de los genes y del proceso que origina la variedad entre individuos. La química de la herencia aún no se comprendía. El mismo Darwin consideró el uso y desuso de miembros y órganos como una de las muchas posibles fuentes de variación dentro del conjunto de plantas y animales. Aunque vio en la selección natural el agente definitivo del cambio evolutivo, no consideró la teoría de Lamarck como una herejía inaceptable, tal como lo hacen los biólogos de nuestros días.
La razón por la que las jirafas desarrollaron cuellos largos guarda, de hecho, más relación con la sed que con el hambre. Como les es difícil doblar las patas, necesitan cuellos largos porque, de no tenerlos, tendrían que arrodillarse para alcanzar el agua.
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