Sabido es que lo que llamamos luz consiste en un movimiento ondulatorio luminoso, del mismo modo que lo que conocemos con el nombre de sonido es un movimiento ondulatorio del aire. ¿A que se debe, entonces, que una clase de ondas produzca en nuestro cerebro la sensación de luz y otra produzca la impresión de lo que se llama sonido? ¿Por qué las ondas del aire no tienen el efecto de la luz y las de la luz el efecto de las del sonido también? Únicamente puede decirse que eso se debe a la conformación particular del cerebro.
Es posible imaginar que los nervios del ojo fueran a parar al centro auditivo el cerebro y los nervios del oído al centro visual, algo así como si al escuchar un concierto “viésemos” las notas musicales y “oyésemos” los movimientos del jefe de la orquesta y de los demás músicos. Esto quiere decir que lo que llamamos luz y sonido no son más que consecuencias de la impresión producida en partes determinadas del cerebro, que corresponden a dichas impresiones.
Es un hecho sumamente interesante observar en algunas personas lo que llamamos sensaciones asociadas. En tales casos, cuando una parte del cerebro es impresionada, por ejemplo, por un sonido, lo es igualmente la parte que le corresponde al sentido de la vista; de manera que puede decirse que el sonido ha producido luz. Cuando las personas cuyo cerebro presenta esa particularidad oyen tocar algún instrumento como el cornetín, perciben al mismo tiempo un color carmesí; y si oyen alguna otra clase de instrumento puede que perciban el color azul. Tales casos, por muy extraordinarios que parezcan, no hay duda de que ocurren realmente.
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