Cuando vamos en tren, sentados tranquilamente, notamos que, comparados con los asientos y paredes del vagón, nuestros cuerpos no se mueven, y por eso muchas veces casi llegamos a formarnos la ilusión de que estamos en reposo. Si entonces miramos por las ventanas, conservamos en nuestra mente una idea más o menos perfecta de que nos hallamos en reposo, y pensamos que los efectos del movimiento se deben a los campos y demás objetos exteriores.
Éste es uno de los innumerables ejemplos de la facilidad con que nos engañan nuestros sentidos, enseñándonos todos ellos que las ideas que tenemos respecto al movimiento nacen de la comparación de unos objetos con otros; pero averiguar cuál de estos objetos se mueve, o cuál marcha a mayor velocidad que los demás, es cosa muy distinta.
La mejor manera de expresar esta idea es decir que todas nuestras nociones referentes al movimiento son relativas, no absolutas. Los trenes nos ofrecen otro ejemplo, porque todos sabemos que podemos engañarnos cuando hay otro tren en una línea próxima y paralela a la nuestra. Con frecuencia no podemos afirmar cuál de los dos se mueve realmente. Pero el error más notable de todos de esta clase es el relacionado con el Sol, las estrellas y la Tierra. En nuestro tren, que es la Tierra, nos movemos de noche y de día, y los campos que son los cielos, con sus magníficas flores, representadas por los astros, nos parecen que se mueven y que nos dejan atrás.
Cometemos el mismo error que cuando miramos por las ventanillas de un tren: ha costado muchos años demostrar que es nuestro tren, la Tierra, lo que realmente se mueve.
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