Los fuertes remolinos y las corrientes de aire que producen las nubes de lluvia pueden arrastrar consigo infinidad de objetos de los más diversos calibres. Estos son atrapados por la nube, hasta que precipitan a cierta distancia de donde fueron levantados, provocando el asombro de quienes presencian el espectáculo.
Hay numerosos casos publicados en revistas científicas de prestigio como el Monthly Weather Review, Nature o Scientific American, de lluvias no sólo de ranas, sino también de sapos, peces, arañas, caracoles mejillones, escarabajos, hormigas sin ala, gusanos. Tampoco faltan las precipitaciones de tierras de colores, lana e incluso cruces, como ocurrió en Sicilia en e año 746. El 30 de julio de 1838, en pleno corazón londinense, los transeúntes se vieron sorprendidos por un avalancha celestial de ranas y renacuajos. En el verano de
1804, en las cercanías de Toulouse, se produjo una lluvia de sapos jóvenes que, según testigos presenciales, caían de una densa nube. El 28 de diciembre de 1857, durante el transcurso de una fuerte tormenta, las aceras de la ciudad de Montreal, en Canadá, se vieron literalmente cubiertas por centenares de mejillones.
Conrad Lycosthenes, en su obra Prodigiorum a ostentorum chronicon, narra la lluvia de sapos ocurrida en 1345. Asimismo, cita una extraña precipitación de peces en el 989, en Sajonia, Aunque la más célebre tormenta de peces, concretamente de gobios, ocurrió en el condado británico de Glamorganshire, el 11 de febrero de 1859.
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