El acecho de un depredador, un frío de 40 grados bajo cero, la ausencia absoluta de la madre o de un hermano homicida son tan sólo algunos de los peligros que viven los vulnerables cachorros salvajes unos segundos después de nacidos.
Sin duda, el ser humano es afortunado. Muchos de nosotros no recordamos los primeros años de nuestra existencia, pero sí sabemos que nuestros padres -o bien, otra persona- nos proporcionaron todo lo necesario para llegar sanos y salvos a una etapa en la que pudiéramos desenvolvemos de manera independiente. Si un sujeto mayor no nos hubiera alimentado, protegido del frío o puesto las vacunas necesarias para no enfermar, difícilmente habríamos sobrevivido. Pero no todas las especies tienen con la misma suerte. En el libro
El origen del hombre, Charles Darwin expone que "sentimos en nosotros ciertos instintos que también son comunes a los animales, tales como el de conservación, el amor sexual, el de la madre a sus hijos -principalmente los recién nacidos- y el de mamar, entre otros". Sin embargo, los obstáculos y los riesgos a los que debemos enfrentarnos son radicalmente distintos. Los peligros que acechan a las crías de los animales salvajes son incontables, pero definitivamente uno de los más evidentes es la depredación. Clarissa R Solís Ávila, bióloga de la Facultad de Ciencias de la UNAM, manifiesta que "en territorio salvaje, la mayoría de las crías muere debido a que son depredados por otros animales, a que son asesinados por adultos de la misma especie e, incluso de la misma colonia o manada, y muy frecuentemente por sus propios hermanos o padres". Todos los cachorros son susceptibles de ser atacados. Algunos cocodrilos pequeños, por ejemplo, son devorados por otros más grandes. Lo mismo sucede con algunas especies de insectos que, al verse privados de alimento, se comen incluso a sus propios hijos. En otros casos, el agresor únicamente mata a las crías para apropiarse del liderazgo de una manada o para demostrar su dominio a los demás ejemplares.
Otro de los riesgos, no tan obvio como la depredación, más igual de contundente, es el clima. "Las condiciones ambientales adversas son una de las principales causas de la mortalidad de las crías en la naturaleza", explica Mario Castañeda Sánchez, biólogo de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). Los bebés necesitan de un sitio que tenga las condiciones idóneas para sobrevivir. Las madres de los leones suelen buscar un árbol frondoso para que sus cachorros descansen en su sombra y puedan protegerse del calor abrasador de la sabana. Con su propio cuerpo, los pingüinos proporcionan el calor necesario para la incubación de sus crías. En un curioso caso registrado por los cineastas Beverly y Dereck Joubert en el documental El ojo del leopardo, una hembra que devora a una madre babuino se percata de que entre los restos del primate yace su cría aún viva. Extrañamente, el felino no mató al bebé sino que actuó como si lo adoptara y lo subió consigo a la copa de un árbol. No obstante, el pequeño amaneció muerto: pese a haber sobrevivido a lo que parecía una inminente agresión de su depredador, no pudo resistir la ausencia de calor que provenía del cuerpo de su madre y murió de frío. Las características geográficas del hábitat de las especies también son factores determinantes en su supervivencia.
Muestra de ello es que, aunque las aves forman sus nidos en las ramas de los árboles para evitar la agresión de otros animales, los pequeños polluelos recién nacidos pueden caer y morir debido al impacto. Por si fuera poco, el alimento no siempre está garantizado. Las leonas, por ejemplo, deben dejar a sus cachorros en un lugar que se encuentre lejos del alcance de otros animales. Pueden pasar una noche entera en espera de la presa que nutrirá a sus bebés. Después de varias horas de emplear sus mejores estrategias de batalla y conseguir la deseada cena, uno o varios machos o un grupo de hambrientas hienas pueden arribar para arrebatarle el alimento. Exhaustas y con las manos vacías buscan incesantemente una nueva presa para que sus pequeños no mueran de inanición. Paradójicamente, las madres, las cuales saben que la única manera de cerciorarse del bienestar de sus descendientes es estando cerca de ellos, tienen que ausentarse constantemente para ayudarles a sobrevivir.
LA LEY DEL MÁS FUERTE
"Todas las criaturas orgánicas están sujetas a la más dura competencia", sentencia Darwin en El origen de las especies. La compleja dinámica de vida en los territorios salvajes es una prueba fehaciente de ello. La encarnizada insistencia de los depredadores por conseguir una tierna cría para alimentarse puede parecernos despiadada, violenta e incluso injusta, pero tiene su razón de ser. Para comprobarlo basta preguntarnos: ¿qué sucedería si el más fuerte no devora al más débil? En el mismo texto, Darwin manifiesta que "no hay excepción a la regla de que todo ser orgánico procrea en proporción tan elevada, que si no se diera la destrucción de sus individuos el globo terráqueo estaría cubierto por la descendencia de una sola pareja". En los seres humanos, los planes de control de natalidad, entre otros, fungen como reguladores de la reproducción de la especie. En los territorios salvajes, el regulador es la depredación. Pero al analizar el balance entre la vida y la muerte en la naturaleza es imposible no sorprenderse con el perfecto equilibrio que favorece la preservación de las especies.
Normalmente, los seres que serán devorados por su 'verdugo' se multiplican en mayor número que él. Algunas plantas que alimentarán a las aves producen una cantidad de semillas mucho más elevada que el número de polluelos que podrían engendrar sus depredadores. Con esta prolífica procreación, la presa se mantendrá lejos de la extinción, aunque caiga en las manos de su depredador en incontables ocasiones. Otro ejemplo se presenta en los elefantes. A diferencia de otros animales, las hembras suelen tener una sola cría por parto. Sin embargo, el bienestar de su progenie no se somete al mismo riesgo que el de muchas crías cuyas madres engendran varios individuos en una sola ocasión: el elefante bebé casi nunca estará expuesto a las fauces de un depredador; la madre difícilmente se separa de él y, en su ausencia, las hembras de la manada lo cuidan y protegen.
Mario Castañeda manifiesta que la cantidad de bebés también forma parte de las estrategias de supervivencia de los seres vivos. Según el investigador de la Conabio, una de estas tácticas "consiste en la gestación de pocas crías por evento reproductivo, pero provistas de cuidados parentales que aseguran su sobrevivencia y otra estrategia reside en gestaciones de numerosas crías desprovistas de cuidados de los padres, de modo que su gran cantidad asegura que algunos individuos alcancen la etapa adulta". Las inhóspitas y extremas condiciones que rodean a los bebés salvajes también han favorecido la capacidad de pelear de muchos de ellos: las especies que pierden a sus madres en el momento mismo en que llegan al mundo poseen características que favorecen su lucha por la existencia. Otros animales demuestran que su instinto de conservación es más fuerte que su vulnerabilidad o que la protección de su progenitora; muestra de ello son algunos peces que desde el vientre materno se enfrentan en una batalla a muerte contra sus hermanos para poder ver la luz de su hábitat.
"En muchas especies de animales se da una fuerte rivalidad entre las crías; éstas compiten por los recursos que aportan los padres. Comúnmente, las primeras en nacer son las que sobreviven, pues en general son más grandes y fuertes mientras que las segundas o terceras mueren por ser más débiles", dice la bióloga Clarissa Solís.
ADULTOS INVENCIBLES
La selección natural habilita a aquellos que en un primer momento nos parecen indefensos para emprender una carrera llena de dificultades y amenazas. Si algún día alcanzan la madurez, se mostrarán orgullosos ante otras especies como guerreros vencedores de un combate a muerte que comenzó el día en que nacieron. En El origen de las especies, Darwin manifiesta que "mientras reflexionamos sobre la lucha por la existencia, debe consolarnos la idea de que no es incesante la guerra de la naturaleza ni produce temor, que la muerte está pronta a sobrecoger al más débil, y que los más saludables, los más vigorosos y los más felices sobreviven y se multiplican". Así cada vez que nos asombremos con la majestuosa presencia de un animal salvaje adulto, sabremos que ese ejemplar es un feroz guerrero que ha sudado sangre para ganar su lugar en esa manada, en ese territorio, en ese ecosistema, en este mundo.
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