Creo que fue en algún texto de Martin Gardner (aunque mi recuerdo es difuso y agradecería que alguien me pudiera confirmar o refutar los detalles) donde hace ya bastante leí la historia de un explorador extraterrestre que llegaba de visita a nuestro planeta con el noble propósito de recopilar todo el saber y conocimiento humano.
La metodología del singular visitante se basaba en transcribir cada libro, cada documento y cada pieza de información existente sobre la faz de la Tierra, codificando sus caracteres mediante un equivalente numérico y encadenando estos dígitos en una larguísima ristra de cifras, como por ejemplo: 72948105483264...
Después de haber codificado todo el acervo cultural de nuestra especie obteniendo una cadena de números de longitud nada despreciable, se limitaba a añadir un cero y una coma decimal al principio de la misma (0,72948105483264...). Acto seguido, tomaba una pequeña vara de cierta longitud (digamos L) y con un pulso firme realizaba una delgadísima muesca justo en el punto infinitesimal en el que ésta dividía la longitud del palo en la proporción exacta indicada por la ristra completa de cifras. De esta forma, todo el conocimiento humano quedaba condensado en un simple trazo, ocupando un mínimo espacio y carga en el vehículo espacial de este extraterrestre recolector de información.
La técnica de este original cuento toparía en la práctica con las limitaciones inherentes no sólo a la exactitud y precisión de los instrumentos que sería necesario utilizar para medir y marcar la varilla, sino a la propia estructura de la materia, pues ni siquiera alcanzando el nivel atómico nos daría capacidad para registrar el contenido de un ejemplar del periódico.
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