La tecnología nos da el control de cuándo y dónde vemos televisión ( Mucho ojo, al decir televisión me refiero a los programas, no al aparato cuadrado que está en la sala), y, sin embargo, aún nos sentimos obligados a ver las series, las entregas de premios, los deportes o las telenovelas lo más pronto posible.
Cada uno de los avances tecnológicos, en cuestiones de televisión, en las últimas dos o tres décadas han sido anunciadas como aniquiladores de la televisión “en vivo”; es decir, que se supondría que no tendríamos que sentarnos a esperar a una transmisión en especial a la hora a la que se le antoja a la cadena de televisión transmitirla.
El debut de la video casetera prometía no tener nunca más que correr a casa a ver a entrega de los Oscar, el Supertazón, el final de Cuna de lobos o la llegada del Juan Pablo II al país. Simplemente se debía programar la VHS y podíamos ver cualquier trasmisión cuando se nos pegara la regalada gana. Los descendientes de las VHS, las DVR, ni siquiera requieren aprender códigos secretos para programar la grabación; basta con consultar la agenda que incluye la cadena de cable en su transmisión para elegir cuáles programas quedarán registrados.
Mientas la tecnología avanzaba, tal parecía que la televisión se ajustaba mejor a nuestras ocupadas agendas. ¿Te perdiste aquel capítulo de Friends? No había problema, podías comprar después el set de DVDs con toda la temporada, o verla en Netflix, descargarla en iTunes o, asumiendo que utilizas una red de torrentes, la descargas de manera pirata. Cada nuevo invento que aparecía nos daba más control sobre cuándo y dónde veíamos nuestros programas favoritos, hasta el punto en que ni siquiera necesitamos una televisión para ver televisión (¡Que loco suena esto!). Por fin llegó la época utópica que visualizaban en el siglo XX los escritores de ciencia ficción, tenemos el poder de no estar esperanzadas a un horario.
Por supuesto que en la realidad no funciona de ese modo.
No me malinterpreten; las descargas de internet, las grabadoras y los servicios de transmisión a petición hacen todo lo que queremos, en teoría tenemos el control total, o al menos el mayor control que nos otorga nuestro presupuesto y nuestro gadgets, los cuales pueden ser un teléfono, una Tablet, una laptop o quizás una televisión con wifi integrada. Y, sin embargo, millones y millones de personas siguen viendo televisión “en vivo”. Siguen esperando el final de la novela, el partido de la selección nacional, o cualquier capítulo de nuestra serie de televisión preferida.
Cuando algún despistado se entera de que una serie ya va por la segunda, tercera, cuarta o N temporada, se apresura a ver las anteriores de inmediato, como energúmeno, lo antes posible, en el menor tiempo posible, sin parar... ¿por qué lo hacen? ¿Por qué la prisa?
Una pausa.
Antes de continuar, permítanme decirles que en México, lo regular en la televisión es ver los capítulos de una serie en orden aleatorio, en horarios cambiantes, con un doblaje pésimo y fuera de contexto.
Continuamos…
¿Por qué la gente sigue viendo televisión “en vivo”? La respuesta, a mi parecer, es: Por culpa de Internet. O para ser más específicos: las redes sociales. De lo anterior ya se ha discutido bastante; se trata del efecto “enfriador del agua virtual”… ok… me explico: en las oficinas, el sitio que ocupa el enfriador de agua sirve para entablar charlas intrascendentes y de los temas más variados. En las redes sociales se hace lo mismo… hablar de tontería y media en ratos libres, los cuales cada vez parecen ser más y más.
Twitter, Facebook, Tumblr y otras redes se han convertido en los centros para la conversación sobre aquellos temas que, en el pasado, eran las charlas que ocurrían a la hora del café o al hacer la carne asada (en el norte de mi país se acostumbra a hacer carnes asadas para convivir). En términos de medios de comunicación… en las redes hablamos sobre los más recientes programas de televisión, sobre la película más reciente, de la canción de moda… pero con un inconveniente: no podemos pedirle a los demás que se callen y no nos cuenten nada que no hemos visto.
Bueno… si puedes hacerlo… pero no te van a hacer caso.
De hecho, habrá quienes a propósito te querrán convencer de enterarte de los detalles de ese programa que no has visto… te querrán contar sobre el capítulo 17 cuando tu apenas vas en el 11. Youtube se encargará de avisarte de los avances de la nueva temporada… los blogs hablarán hasta el cansancio sobre lo que no quieres saber para no echar a perder la trama, en Twitter sabrás cuál personaje ya murió, en Facebook verás imágenes con texto alusivos. Si te conectas a Internet no podrás escapar de los spoilers.
Esto supone un dilema… si alguien te dice en una red social de qué trata el final de temporada tu…
a) Te retiras de las redes sociales por un tiempo en lo que te pones al día.
b) Aceptas que te cuenten el final.
c) Sientes la presión de ver frenéticamente todos los capítulos que te faltan antes del final.
La opción “a” es, obviamente, la respuesta correcta, y, sin embargo, la vida sin las redes sociales ya no es ni factible ni divertida.
La tecnología nos ha libreado de la cadena de tener que esperar a un horario en especial para ver un determinado programa; al mismo tiempo que nos ofrece libertad, nos esclaviza a obligarnos a estar al día y vivir bajo el yugo de las redes sociales.
Mal… muy mal.
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