¿Tiene alguna función la cerilla de las orejas?

El cerumen, también conocido como cerilla, es una sustancia amarillenta y pegajosa que se produce de forma natural en el conducto auditivo externo. Su función principal es proteger el oído interno de agentes externos como polvo, suciedad, insectos pequeños y microorganismos. Además, ayuda a mantener la humedad adecuada y facilita la autolimpieza del conducto auditivo al atrapar las partículas y luego desplazarlas hacia el exterior. Generalmente se elimina de forma natural con los movimientos de la mandíbula al hablar o masticar, por lo que no es necesario retirarlo constantemente por medios externos, a menos que cause problemas o lo indique un profesional.

Los regalos más extraordinarios de las fiestas decembrinas

Navidad es la fiesta más sublime, alegre y feliz de todo el año... para los comerciantes. La costumbre de regalar impulsa sus ventas y moviliza la economía.

Supuestamente la jornada que transcurre entre los días 24 y 25 de diciembre es una solemnidad religiosa que conmemora el nacimiento de Jesucristo, el fundador de la religión católica —y sus derivados—, que hasta la fecha concentra a un mayor número de fieles que cualquier otra (2.1 miles de millones según adherents.org). Sin embargo, esa celebración ha perdido ese carácter espiritual que tuvo de origen y presenta un curioso fenómeno de secularización. La celebran muchas personas que no son católicas, mientras las que sí lo son la conmemoran de un modo no religioso: consumiendo alimentos y bebidas e intercambiando objetos o regalos envueltos en papeles y con vistosos moños que forman parte fundamental de la escenografía de temporada. La tradición de preparar alimentos especiales para las festividades es tan antigua como las comidas rituales de las primeras civilizaciones, pero ¿cómo surgió la costumbre de regalar en esos días?

Las raíces de ésta no son tan remotas como las de los banquetes. Aunque algunos periodistas, como Dennis Green, autor del artículo “The Origins and Practices of Christmas: Christian or Pagan?”; la remontan a las fiestas romanas, en especial a las calendas, cuando los patrones daban obsequios a quienes dependían de ellos, la explicación más sensata del intercambio de regalos, tal como lo conocemos hoy, asegura que es mucho más reciente y se conecta con dos fenómenos bien determinados: la Revolución Industrial, iniciada en el siglo XVIII, y la sociedad de consumo, surgida de ésta para desplazar millones de productos fabricados masivamente gracias al desarrollo tecnológico de nuevas máquinas que superaron sin proporción las antiguas capacidades de producción artesanal.

El investigador William R Waits, autor del libro The Modern Christmas in America, dice que el modelo de celebración que seguimos "data solo de alrededor de 1880" y se deriva de las transformaciones económicas y sociales ocurridas en EUA: las fábricas expandieron radicalmente su producción e hicieron que cientos de antiguos habitantes del campo se trasladaran a las ciudades [ ], durante esos años la celebración adquirió la escala que tiene hoy día, propia de Gargantúa". La costumbre de dar regalos que hasta entonces tenía una dimensión limitada y simbólica fue en aumento. Surgieron nuevas categorías de personas que participaban en el intercambio y nuevos tipos de artículos que se consideraron adecuados como regalos. Los recientes residentes urbanos intercambiaron artículos manufacturados en vez de artesanales, e inició un fenómeno masivo que habría de introducirse en el corazón mismo de los valores nacionales, sobre todo en el mundo capitalista, gracias a la influencia estadounidense.

La nueva cultura estuvo dominada por factores y símbolos urbanos en los que el consumo desempeñó, por vez primera, un papel central en la sociedad. Si antes se daba importancia a rasgos de conducta, como la moral, la virtud y la frugalidad, los nuevos signos de estatus estuvieron dados por la compra y posesión de ciertos objetos, la gente prefirió el gasto al ahorro y los grandes consumidores, como deportistas o estrellas de cine, se convirtieron en nuevos héroes. Este proceso atrajo a todos los grupos, incluso a quienes profesaban religiones distintas al cristianismo. En 1912 la periodista Margaret Deland ya se refería a la "compulsión de regalar" y la Navidad se había convertido en la celebración más demandante en términos de esfuerzo, dinero y atención. Waits explica lo que ya sabemos: "La religión no ha tenido un papel relevante en la emergencia del modo moderno de celebrar". La misma autora postula que un intercambio no es el simple paso de una propiedad de A a B, expresa diferentes roles y relaciones en un contexto social, como la amistad, los vínculos entre hombres y mujeres, entre generaciones, entre ricos y pobres o empleados y sus empleadores.

Este proceso se intensificó en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando el superávit en la producción de mercancías ha despertado la ansiedad de los fabricantes y comerciantes que desarrollan programas de mercadotecnia cada vez más agresivos. En ese horizonte cobraron importancia figuras y tradiciones espurias como Santa Claus que, por más que quiera vincularse con el santoral católico, fue una creación de la compañía Coca-Cola y su célebre ilustrador Haddon Sundblom (1899-1976).

Ver de esta manera la Navidad y darnos cuenta de que cuando compramos y regalamos no somos más que una especie de zombis gobernados por los comerciantes y los manufactureros, le quita a todo gran parte de su encanto y explica por qué las 'fiestas decembrinas' siempre nos dejan un gusto agridulce 

¿Cómo recuperar el espíritu feliz de esa temporada? Los católicos tienen un buen número de recursos espirituales para hacerlo evocando el nacimiento del líder y guía. Los no católicos y los no creyentes pueden hacerlo gracias a la práctica y la comprensión de la generosidad, el valor moral que hay detrás de todo regalo, pero que también puede expresarse de modos inmateriales: ofrecer nuestro afecto y nuestros conocimientos a los demás, pensar en qué podemos hacer por ellos para que se encuentren mejor y comprender, como moraleja, que compartir no es dividir, sino multiplicar.

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