Los ciclones se producen cuando las aguas del mar alcanzan temperaturas superiores a 27° centígrados y empiezan a evaporarse. Cuando una masa de aire frío y denso cubre una zona que por la evaporación del agua, genera aire ligero, es atraída a la base de lo que se conoce como ascendencia y sustituye el aire caliente que se eleva. Al chocar, las dos corrientes de aire empiezan a girar alrededor de esta ascendencia.
Cuando los vientos giran a velocidades de hasta 69 kilómetros por hora dan origen a una depresión tropical. Al alcanzar velocidades mayores se convierten en una tormenta tropical. Una tormenta tropical se transforma en ciclón o huracán cuando la velocidad de los vientos que giran alrededor del ojo o centro son mayores a 118 kilómetros por hora (64 nudos). Algunos alcanzan hasta 250 y 300 kilómetros por hora. Como son producto de la evaporación de agua de mar a temperaturas mayores a 27° centígrados, los ciclones desaparecen poco a poco cuando su parte central entra a los continentes, aunque las orillas siguen produciendo, durante varios días, lluvias torrenciales con vientos muy fuertes.
Los ciclones necesitan el mar cálido para crecer y, si se suprime su fuente de calor mueren al entrar a tierra firme. En el Atlántico occidental se desplazan desde el paralelo 15° hasta el 45°; aparecen en los últimos días de junio y desaparecen en los últimos de octubre. Durante una convención de meteorologistas se decidió que los nombres de los ciclones comenzarían con cada una de las letras del alfabeto inglés, según fueran apareciendo. Así, Ana sería el primero de la temporada, en tanto que Diana sería el cuarto.
En los años setenta se decidió que se alternarían nombres masculinos con fe- meninos. Para evitar confusiones, no se repite ninguno. Ciclón, tifón y huracán son sinónimos, aunque su origen es diferente. Ciclón viene del griego kycloo, "yo doy vueltas"; tifón, del inglés tyfoon, "torbellino", y huracán es una palabra del taíno, dialecto antillano.