El rey Jacobo I de Inglaterra declaró irónico en 1614: "Me sorprende que mis ancestros hayan permitido la existencia de tal institución." Esa "institución" era el Parlamento inglés, que a menudo frustraba los proyectos del monarca, quien creía que los reyes eran designados por Dios y tenían "derecho divino" para gobernar.
¿Cómo surgió la democracia occidental moderna ante dicha creencia? La respuesta se ubica en la Inglaterra del siglo XVII, que vio al rey Carlos I decapitado por intentar la usurpación de los poderes del Parlamento. Este periodo turbulento terminó en 1689, con el principio de que el monarca gobernaba en sociedad con dicha institución y no podía imponer gravámenes sin el consentimiento de ésta.
"No hay impuestos sin representación" fue el grito de guerra revolucionario del futuro Estados Unidos, país en cierne que declaró simultáneamente su independencia y la igualdad del hombre en 1776, e incluyó elecciones populares en su constitución de 1787. Dos años después, el rey Luis XVI convocó a los Estados Generales, la asamblea legislativa de la Francia prerrevolucionaria, por primera vez desde 1614, con la esperanza de aumentar los impuestos y prevenir la bancarrota, y terminó guillotinado bajo los gritos de "libertad, igualdad y fraternidad".
Los principios y lemas de estas revoluciones en el Viejo y el Nuevo Mundo motivaron exigencias de democracia en toda Europa, a las que a fines del siglo XIX pocos gobernantes pudieron o quisieron resistirse. Las monarquías que ignoraron el deseo del pueblo de elegir a sus gobernantes no sobrevivieron la Primera Guerra Mundial, ante todo las de la parte derrotada. Algunos soberanos conservaron sus tronos, pero sólo con la cesión de poder al pueblo y sus representantes. Tan fuerte es el ideal democrático, que aún los regímenes más opresivos realizan elecciones, aunque corruptas, para dar una apariencia de apoyo popular.
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