Te has preguntado alguna vez por qué los brasileños hablan portugués y los demás latinoamericanos español? ¿Acaso fue España una potencia colonial mucho más activa?
No hay tal. En el siglo XV, Portugal iba a la cabeza en viajes de descubrimiento. Los portugueses bordearon la costa occidental de África, llegaron al cabo de Buena Esperanza en 1488 y abrieron el océano Índico a la navegación. Bajo la bandera de España, en 1492, Cristóbal Colón navegó hacia el oeste creyendo que llegaría a la India y descubrió el Nuevo Mundo.
A su regreso, el mal tiempo lo obligó a ir a Lisboa, donde el rey Juan II de Portugal se enteró de su descubrimiento antes que los mecenas españoles de Colón. El rey Juan reclamó de inmediato derechos sobre toda tierra situada al oeste de África.
España pidió la intervención del papa Alejandro VI. Éste era ambicioso, codicioso y, por fortuna para España, español. Expidió dos decretos papales o bulas, llamadas Inter caetera, que otorgaban a España todas las tierras no reclamadas que estuvieran 100 leguas (300 km) al oeste de las islas Azores.
La llamada línea alejandrina provocó protestas de Portugal, y el rey Juan II se preparó para la guerra. La amenaza hizo que España reconsiderara su posición, y en 1494 ambas naciones firmaron el Tratado de Tordesillas, que movió la línea de demarcación 370 leguas más hacia el oeste, con lo que se incrementó porción de Portugal al este de la línea.
Pero la línea de demarcación corregida apenas corta Sudamérica. Vista en retrospectiva, la división parece injusta para Portugal, ya que sólo le permitía colonizar lo que hoy es la costa noreste de Brasil. Sin embargo, en aquel momento no se sabía hasta dónde se extendía América en todas direcciones. Y mucho más al este de la línea, como sabían los portugueses estaba África, que en teoría les pertenecía. Esto explica por qué hubo colonias portuguesas en África y en la India a partir del siglo XVI.
La autoridad del Papa para repartir el mundo provenía de un documento del siglo VIII, llamado Donación de Constantino. Irónicamente, más tarde se demostró que era una falsificación. En todo caso, la división del mundo por Alejandro VI no impidió que ingleses, holandeses y franceses navegaran durante los 100 años siguientes y reclamaran partes de América, África y Asia.
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