“El Vehículo no satisface los requisitos técnicos fundamentales... su rendimiento y sus cualidades no son atractivas al común de los compradores. Es feo y ruidoso. Este vehículo tendrá popularidad, si acaso, sólo dos o tres años, a lo sumo." Ésta fue la opinión de la comisión británica creada al final de la Segunda Guerra Mundial para informar sobre el futuro del principal producto de los fabricantes alemanes de automóviles: el Volkswagen.
Los estadounidenses coincidieron, con su propia conclusión despectiva: "No vale nada." Veintisiete años después, este automóvil, llamado Beetle ("Escarabajo") o Volkswagen sedán, rebasó la cifra de ventas de 15 millones de vehículos del legendario Ford Modelo T.
La idea del Volkswagen (en alemán "coche del pueblo") nació en mayo de 1934 de una reunión entre Adolfo Hitler y Ferdinand Porsche, un diseñador más conocido hoy por sus automóviles de lujo. Hitler concebía el "coche del pueblo" como objeto de propaganda. Estipuló que debía llevar a una pareja con tres hijos, rendir cuando menos 8.3 litros por 100 km, y alcanzar una velocidad de 100 km/h. Además debía venderse en 1,000 Reichsmarks, precio insostenible por lo bajo, pero factible gracias al fuerte subsidio a la industria automovilística ordenado por Hitler.
Sin embargo, el dictador nunca vio el Volkswagen convertido en el "coche del pueblo" que había soñado. Se alentaba a los ciudadanos alemanes a dar abonos para los vehículos; pero nunca los recibieron. Durante la guerra, la fábrica sólo produjo vehículos militares. El dinero iba a las arcas del gobierno. Para cuando terminó la guerra, Hitler había muerto y la planta Volkswagen estaba reducida prácticamente a escombros.
Éxito de posguerra
Aunque los Aliados reestablecieron inicialmente la producción del vehículo, desdeñaron la oportunidad de invertir en él, y la Volkswagen regresó a manos alemanas. Su éxito dentro del país contribuyó a la restauración de la economía alemana. Pero sus nexos con Hitler y su diseño poco convencional limitaban mucho su acceso a los mercados de exportación.
La brecha se abrió en 1959 cuando una agencia publicitaria estadounidense seleccionó el nombre Beetle e inició una campaña de gran éxito. Se recalcaron los beneficios que ofrecía al consumidor el tamaño pequeño del coche (anteriormente visto como desventaja en EUA) y el motor enfriado por aire, que lo hacía muy confiable. El Beetle fue el automóvil de mayor importación en EUA por muchos años, lo que suministró el capital para que la Volkswagen conquistara otros mercados.
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