En 1809, Johann Ludwig Burckhardt, hijo de un oficial suizo al servicio del ejército imperial de Napoleón, se embarcó rumbo al Cercano Oriente para explorar el misterioso mundo islámico. Los desiertos y las ciudades santas de los árabes habían estado cerrados a los infieles cristianos por más de un milenio. La única manera de abrirlos era haciéndose pasar por musulmán. Burckhardt aprendió árabe y, al llegar a Alepo, se vistió a la usanza del lugar y se convirtió en el comerciante musulmán Ibrahim ibn Abdallah.
Justificaba su raro acento árabe diciendo que era hindú, y si le pedían que hablara indostaní, farfullaba en suizo alemán y satisfacía a sus oyentes árabes.
Ruinas del desierto
Burckhardt mantuvo su identidad ficticia durante ocho años, en los que vivió muchas aventuras. La más famosa fue el descubrimiento de la ciudad perdida de Petra, en algún tiempo próspera capital del reino árabe de los nabateos y que fue sometida por los romanos en el año 106. En Amán, hoy capital de Jordania, escuchó por primera vez acerca de una magnífica ciudad en ruinas en el desierto, de la que se rumoreaba que tenía escondido un tesoro. Las tribus del desierto no permitían que los extraños se acercaran. Pero Burckhardt o, más bien, Ibrahim ibn Abdallah, manifestó su deseo de inmolar en un lugar santo musulmán cercano, la tumba de Aarón. El permiso para tan sagrada peregrinación no podía negarse.
Avanzó a través del desierto y las montañas de arenisca, acompañado por guías recelosos. Guardaba sus notas furtivamente, escribiendo a hurtadillas bajo sus holgadas ropas árabes. Si sus guías hubieran descubierto su verdadera identidad, sin duda lo habrían matado. E122 de agosto de 1812, el aventurero llegó a las impresionantes ruinas de Petra a través de una grieta en las montañas. Tallados en los acantilados de areniscas roja y ocre, había casi un millar de templos, tumbas y monumentos, con esculturas de águilas y extrañas bestias, y piedras negras consagradas al dios del Sol, Dushara. Burckhardt se convirtió en el primer europeo, desde la época del Imperio Romano, en disfrutar de este espectáculo asombroso.
Burckhardt regresó ileso del viaje a Petra y emprendió una peregrinación a La Meca en 1814. Fue el primer infiel que entró a la más sagrada ciudad del Islam. Su disfraz se había vuelto parte de él mismo, para entonces. Cuando murió de disentería en El Cairo, en 1817, su otra identidad ya se había apoderado de su vida. A petición suya, lo enterraron en un cementerio musulmán. En la lápida se inscribió el epitafio siguiente: "Peregrino Ibrahim ibn Abdallah."
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