Henry Creswicke Rawlinson contuvo el aliento y se dejó llegar hasta el peldaño más alto. Con la escalera en precario equilibrio sobre la más angosta de las cornisas y un precipicio de 300 m bajo sus pies, no había lugar para errores. Se estiró contra la roca lisa, usó la mano izquierda para apoyarse y sujetar el cuaderno, y con la derecha copió lenta y meticulosamente las extrañas inscripciones.
Día tras día, el inglés se encaramó por la escarpada pared rocosa en Behistún, Irán, para copiar cuanto carácter estaba a su alcance. Cuando ya no podía llegar a las inscripciones y se desesperanzaba de lograr su objetivo, un "salvaje niño curdo" le ofreció ayuda, escaló la peña como un simio y copió el texto.
Docto soldado
Rawlinson, que se trasladó a Irán en 1835 como asesor militar del hermano del Sha, sabía persa, árabe, hindú, griego y latín. También era excelente deportista y soldado. Pocos hombres han estado tan dispuestos a arriesgar la vida en busca de conocimientos como él. Sin embargo, ¿qué hacía de Behistún un sitio tan fascinante?
Las inscripciones en la superficie de la pared rocosa fueron grabadas en una escritura antigua, llamada cuneiforme (del latín cuneus, "en forma de cuña"), que dejó de usarse desde el siglo I. Al igual que el alfabeto latino, los caracteres cuneiformes se emplearon para escribir en diversos idiomas. Rawlinson y algunos otros estudiosos europeos estaban decididos a hallar la clave para descifrarlos.
Se conocían ya algunas palabras del antiguo persa cuneiforme. Textos romanos y persas contenían los nombres de reyes que, al ser identificados en caracteres cuneiformes, sirvieron después para averiguar otras palabras. Pero muchos signos todavía no se descifraban y leer la escritura cuneiforme era como armar un enorme rompecabezas del que faltaban muchas piezas.
En cambio, la inscripción de Behistún contenía los nombres de más personajes y lugares que ningún otro texto cuneiforme conocido hasta entonces. Narraba el ascenso de Darío I al trono de Persia en el año 522 a.C., texto que ayudó a que Rawlinson comprendiera la gramática del persa antiguo. Además tenía una característica singular: estaba escrito en tres idiomas. Una vez entendido en persa antiguo, se descifró en elamita y babilonio. La hazaña de Rawlinson rindió frutos: en 1850, se pudieron leer tres idiomas que al parecer estaban perdidos para la eternidad, y revelaron la historia y la literatura de sus pueblos.
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