Desde que Charles Darwin publicó la teoría de la evolución mediante la selección natural, en 1859, los mitos y las malas interpretaciones han erosionado la comprensión pública de las ideas que planteó. Por ejemplo, aun hay personas que argumentan que la evolución no es una teoría científica válida, ya que alegan que no se puede comprobar. Esto, por supuesto que no es cierto, ya que los científicos han realizado satisfactoriamente numerosas experimentos en el laboratorio que apoyan el desarrollo de la evolución. También disponen de registros fósiles para responder preguntas importantes sobre la selección natural, y como los organismos cambian con el paso del tiempo.
Aun así, el mito de que la evolución es falsa sigue siendo muy popular. Lo mismo le ocurre a la segunda ley de la termodinámica, que nos dice: la cantidad de entropía de cualquier sistema aislado tiende a incrementarse con el tiempo…. Mmmmmm! ¿No entendiste lo anterior? En un principio yo tampoco, entonces, permíteme exponerlo de otra manera: Ningún proceso cíclico es tal que el sistema en el que ocurre y su entorno puedan volver a la vez al mismo estado del que partieron… ¿Ahora si? Ves cómo ya suena a evolución. La entropía es un término utilizado por los físicos para describir la aleatoriedad o el desorden. En el caso de la evolución nos indica que todo cambia constantemente, no pudiendo volver al estado del que se partió.
Es entonces que aparece uno de los mitos más persistentes referentes a la relación que poseen los seres humanos con los grandes simios; grupo de primates que incluyen a los orangutanes, a los gorilas y a los chimpancés. Anteriormente los grandes simios se clasificaban como póngidos. En un sentido estricto del término, no existe justificación biológica para diferenciar al humano o sus ancestros de chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes, pues todos pertenecen a la misma familia y, al menos en lengua inglesa, suele incluirse al humano entre los "grandes simios".
Aun así, existe una leyenda popular que va mas o menos así: : Si la evolución existe, entonces los seres humanos deben descender de los monos; los simios cambiaron poco a poco hasta convertirse en humanos. Como los humanos son el siguiente paso en la escala evolutiva de los monos, no tiene caso que los otros primates existan, ya que en lo único que pueden evolucionar es en humanos…. Como ya hay humanos, los demás resultan inútiles para la naturaleza.
Créelo o no, hay humanos que así piensan.
Aunque hay varias maneras de refutar dichas afirmaciones, la forma más simple de contrarrestarla es diciendo lo siguiente: Los humanos no descendemos de los monos. Lo cual no quiere decir que nosotros no estemos emparentados con los simios, pero la relación no puede ser rastreada hacia atrás a lo largo de una línea de descendencia directa hasta encontrar en qué punto un ser se transformó por una parte en lo que somos ahora y por la otra en el resto de nuestros primos simiescos. Para lograr explicar esto se tienen que combinar dos líneas independientes muy, pero muy atrás en el tiempo hasta que ambas se unan.
Dicha intersección representa algo muy especial; algo que los biólogos denominan un ancestro en común. Este antepasado, que probablemente vivió hace 11 millones de años en África, dio lugar a dos linajes distintos, dando como resultado por una parte a nosotros, y por la otra a los grandes simios que viven en la actualidad. O bien, utilizando la analogía del árbol genealógico, dicho ser fue el tronco del árbol, los humanos estamos en una rama y los otros simios en otra.
¿Cómo era la apariencia de este ancestro en común? Aunque los registros fósiles son más bien escasos, parece lógico pensar que ese animal tuvo rasgos tanto de humanos como de simio. En el 2007, científicos japoneses creyeron haber encontrado la mandíbula de dicho animal. Al estudiar detalladamente el tamaño y forma de los dientes, se percataron que se trataba de un simio del tamaño de un gorila, el cuál tenía un apetito especial por los frutos secos y las semillas. Lo llamaron Nakalipithecus nakayamai y calcularon que tenía una edad de aproximadamente de 10 millones de años. Diferentes especímenes Nakalipithecus nakayamai fueron ubicados a lo largo un terreno que se extiende por varios cientos de kilómetros en el este de África. La región conocida como el Valle bajo del Awash, en Etiopía. Ese lugar es un corredor evolutivo que se dirije al Norte conforme avanza en el tiempo nuestra evolución, hasta donde el continente africano termina con toparte con el Mar Rojo.
Actualmente, la región del Awash es un desierto caliente e inhóspito, pero hace 10 millones de años, según los geólogos y los paleontólogos, ahí había un bosque húmedo y lleno de vida. ¿Es posible que Nakalipithecus nakayamai haya vivido en esas tierras fértiles? Posiblemente en ese ambiente comenzó a experimentar con un nuevo estilo de vida. Se cree que dicho sitio es la clave de nuestra evolución, por lo que recorren esa región de Norte a sur obtener muestras de cómo y cuándo la especie huma divergió de los grandes simios.
Uno de los descubrimientos más importantes del Valle bajo del Awash sucedió en 1994, cuando un grupo de científicos dirigidos por Tim White, de la Universidad de California en Berkeley, encontraron restos de un esqueleto que incluía el cráneo, la pelvis, la mano y huesos de los pies. Cuando el equipo reconstruyó el esqueleto, reveló que se trataba de un de los primeros homínidos que caminaba erguido, pero que aun conservaba un dedo del pie opuesto a los demás, rasgo común en los primates que trepan a los árboles. Llamaron a esta especie Ardipithecus ramidus, o Ardi, para abreviar. "Ardi" significa suelo, ramid raíz, en la lengua (amhárico) del lugar donde fueron encontrados los primeros restos, (Etiopía), mientras que "pithecus" en griego significa mono. Determinaron que Ardi vivió hace 4,400 millones de años.
En el círculo antropológico, Ardi ha disfrutado de casi tanta fama como Lucy (Australopithecus Afarensis ), la homínido de 3.2 millones de años descubierta por el estadounidense Donald Johanson el 24 de noviembre de 1974 a 150 km de Adís Abeba, Etiopía.
Tras el descubrimiento del esqueleto casi completo de Ardi se resolvieron algunas dudas sobre esta especie. La forma de la parte superior de la pelvis indica que era bípedo y que caminaba con la espalda recta, pero la forma del pie, con el dedo gordo dirigido hacia adentro (como en las manos) en vez de ser paralelo al los demás, indica debía caminar apoyándose sobre la parte externa de los pies y que no podía recorrer grandes distancias.
Los caninos superiores en forma de diamante de Ardipithecus ramidus son mucho más parecidos a los humanos que los caninos en "V" de los chimpancés, que como los de los demás simios son mayores en los machos, que los usan en las luchas entre ellos. Los machos Ardipithecus, como los humanos, tenía los colmillos reducidos de tamaño y similares a los de las hembras, lo cual debió relacionarse con cambios decisivos en los comportamientos sociales. Sin embargo, en su aspecto general, la criatura probablemente se parecía más a un simio que a un humano.
Por otro lado, Lucy es un esqueleto de una hembra de alrededor de 1 metro de altura, de aproximadamente 27 kg de peso (en vida), de unos 20 años de edad (las muelas del juicio estaban recién salidas) y que al parecer tuvo hijos, aunque no se sabe cuántos. Por cierto, el nombre Lucy proviene de la canción "Lucy in the sky with diamonds" del conjunto musical The Beatles, que escuchaban los miembros del grupo investigador la noche posterior al hallazgo, pero esa es otra historia…. Lucy ya andaba sobre sus miembros posteriores, signo formal de una evolución hacia la hominización. La capacidad bípeda de Lucy se deduce por la forma de su pelvis, así como también de la articulación de la rodilla.
Lucy fue el ancestro más antiguo conocido durante años, y parecía que los científicos no podrían encontrar nada más antiguo en nuestro oscuro pasado. Fue cuando llegó Ardi e incluso ya hay otros descubrimientos. En 1997 encontraron huesos de otra especie, Ardipithecus Kadabba, la cual vivió en el Valle bajo del Awash entre hace 5 y 6 millones de años. En el 2000 Martin Pickford y Brigitte Senut, del Colegio de Francia y un equipo de la Comunidad de Museos de Kenia descubrieron uno de los fósiles de homínido más antiguo hasta el momento. Su nombre oficial era Orrorin tugenensis, pero los científicos se refieren a él como El Hombre del Mileno.
Éste homínido del tamaño de un chimpancé vivió hace 6 millones de años en las colinas Tugen en Kenia, donde pasó su tiempo tanto en árboles como en terreno plano; se deduce que mientras estaba en el suelo caminaba erguido.
Cada vez más los científicos cierran la brecha que separa al Hombre del Milenio del verdadero “Eslabón perdido”, termino que se refiere originalmente a los fósiles transicionales, cuando dichos estados intermedios aparentemente faltaban en el registro fósil o se desconocían. Actualmente no es una expresión de uso científico, aunque sí abunda en los medios de comunicación, que suelen denominar "eslabón perdido" a casi cualquier nuevo fósil transicional que se descubre.
Ese escurridizo antepasado común dio origen a los seres humanos, y es el ancestro que tenemos en común con los grandes simios. Quizás el Nakalipithecus nakayamai sea ese eslabón, pero no… nosotros no descendemos de los monos, descendemos de otro animal que es pariente de todos pero que no es, estrictamente hablando, un simio como los existen actualmente.
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