En una conferencia de prensa celebrada el 6 de agosto de 1996, un equipo de científicos del Johnson Space Center, dirigidos por David S. McKay, veterano del estudio de las rocas lunares recogidas por el programa Apolo, informaron sobre la para ellos evidente traza de fósiles microscópicos parecidos a las antiguas bacterias terrestres, hallados en un meteorito recuperado en la Antártica en 1984. Daniel Goldin, director de la NASA, declaró que «la NASA había realizado un descubrimiento sorprendente», calificándolo de «apasionante y convincente, aunque todavía no decisivo».
La superficie de una pequeña parte del meteorito ALH84001 se fotografió mediante un microscopio electrónico, que mostró que está rodeada por una fina capa con muchos cuerpos alargados, al descubierto o parcialmente incrustados en el material rico en compuestos de carbono. El mayor de ellos tiene 200 manómetros de largo, y el menor es 100 veces menor que el más pequeño de los microfósiles conocidos de la Tierra, recuperados en rocas australianas de unos 3,8 miles de millones de años de antigüedad. En apariencia son semejantes a imágenes de las nanobacterias que se hallan en el carbonato de calcio en la Tierra. El equipo admitió que no se tenía evidencia de una química específicamente biológica en cuanto a su origen relativa a los microfósiles. Reconoció que ninguno de sus indicios de evidencia era determinante, pero que en conjunto proporcionaban una plausible prueba de que habían encontrado microfósiles en una roca marciana.