La diferencia fundamental entre los termómetros clínicos y de ambiente es de tipo constructivo, puesto que han de cumplir funciones diferentes.
En primer lugar, el rango de temperaturas a medir difiere mucho en uno y otro caso. La del cuerpo humano sólo puede abarcar entre los 35 y los 42 grados, mientras que la de la atmósfera oscila entre aproximadamente 20 o 30 grados bajo cero y 50 positivos. Lógicamente , un termómetro de ambiente dividido en la misma escala sería larguísimo y completamente inmanejable.
La solución consiste en diseñar los termómetros meteorológicos con un tubo capilar mucho más grueso: a igual incremento término, el mercurio asciende menos.
Otra diferencia importante reside en la forma del depósito de mercurio. En los clínicos, el bulbo es pequeño y plano, para facilitar la rápida transmisión del calor, por conducción, entre el cuerpo humano y el líquido metal.
En cambio, esta reducida superficie no basta para que la energía calorífica del aire, menos concentrada que la del cuerpo, consiga dilatar el mercurio, por lo que la ampolla de los termómetros de ambiente se fabrica esférica y de mayor tamaño.
Por último, los termómetro clínicos tienen un estrangulamiento de capilar justo por encima del bulbo, de tal manera que una vez registrada la temperatura la columna no pueda bajar ni subir, lo que facilita su lectura. Por eso es preciso sacudirlos con la mano antes de su siguiente medición.
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