Quien haya tenido ocasión de ver la pelicula Abbys, del director James Cameron, habrá podido comprobar que el actor principal, al descender a grandes profundidades, respira un líquido rico en oxígeno, en concreto una emulsión oxigenada de fluorocarbono, que encharca totalmente sus pulmones. Esta idea, que parece sólo de ciencia-ficción, desde el punto de vista científico no es del todo descabellada.
La inmersión a grandes profundidades puede acarrear serias complicaciones para los buceadores, como son la narcolisis -cuyos efectos sobre el sistema nervioso son parecidos a la intoxicación etílica- y los peligros ligados a la descompresión. Esta se manifiesta cuando la transición rápida de una presión fuerte a otra débil expone al submarinista a una embolia gaseosa, caracterizada por la formación de burbujas de gas en la sangre y otros tejidos. Estas pompas pueden obstruir de forma peligrosa los capilares.
Los científicos, para salvar estas barreras fisiológicas, siempre han soñado con hacer del hombre una criatura marina, que pudiera tomar el oxígeno directamente del agua, pero aún falta mucho para que pueda ser utilizado por seres humanos sin riesgo alguno.
Cuando una persona se ahoga en un río o lago de agua dulce, ésta se difunde por ósmosis a través de las paredes de los alveolos, diluye la sangre de los capilares y destruye los glóbulos rojos. Sin embargo, en un ahogado en el mar, al tener la misma presión osmótica, el agua salada no invade los álveolos ni daña los vasos. En estas circunstancias el intercambio gaseoso es posible.
Otros expertos, como el comandante galo Jacques-Yves Cousteau, apostaba por unas branquias artificiales que se insertarían en el sistema respiratorio del buceador. Pero las dificultades a salvar, tanto técnicas como morales, son muchas.
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