En 1945, al escritor Arthur C. Clarke se le ocurrió la idea de los satélites artificiales y descubrió la órbita geoestacionaria, un lugar que está a 35,680 kilómetros sobre la línea ecuatorial. Es éste, sin duda, el ámbito más explotado del espacio.
Pero, ¿de quién es? ¿Se puede circular por él libremente? Prácticamente todas las actividades de telecomunicaciones que se realizan desde ahí son comerciales, y cada vez más, de capital privado, así que se mueve mucho dinero.
Las naciones ecuatoriales, que son las que caen justo debajo, han protestado por la sobre ocupación que los países desarrollados hacen de esa órbita, que en cierta forma es un recurso natural limitado.
Por ahora, y desde 1976, los estados que lanzan objetos al espacio están obligados a informar de la fecha y lugar de lanzamiento, la función y los parámetros orbitales al Registro de Naciones Unidas. Y, como en la vía pública, las fallas que tenga un artefacto y los daños que pueda causar, tanto en la Tierra como en el espacio, por accidentes o por conducir indebidamente, van a cuenta del país lanzador.
La ocupación del espacio tiene un gran interés para los satélites de espionaje militar. Y hay que decir que, aunque están generalizados, su uso es ilegítimo, según los principios aprobados por la Asamblea General de la ONU el 3 de diciembre de 1986.
Por el contrario, no está prohibido el tránsito de misiles nucleares lanzados desde la Tierra y dirigidos a objetivos terrestres. Antes de llegar a su objetivo, este tipo de armas de larga distancia circulan impunemente por un espacio exterior que debería ser de todos.
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