Ésta es una pregunta con trampa: la piedra filosofal no ha existido nunca. Pero intenta explicarle eso a un alquimista.
Los alquimistas creían que había ciertos metales que se transformaban en oro dentro de la tierra. Esta creencia estaba basada en el hecho de que las plantas y los animales crecen y pasan de ser una nimiedad a constituir un producto acabado. Con el oro debe pasar lo mismo (al menos, eso debieron pensar ellos). Pero se preguntaron: ¿qué sustancia albergaba la tierra que fuera capaz de facilitar esta transformación? Tenía que ser la piedra filosofal.
Se idearon gran variedad de recetas para descubrirla. Una de las más famosas incluía dos mil huevos y la llevó a cabo un alquimista italiano llamado Bernard Trevisan. En el siglo XV, Trevisan se embarcó en su proyecto alquímico y empezó por hervir los huevos, les quitó la cáscara y separó las yemas de la albúmina. Lo siguiente fue dejarlos pudrirse con estiércol de caballo, y luego le añadió al mejunje las cáscaras de los huevos. Por último, lo puso a calentar todo y destiló un aceite que dejo endurecer hasta convertirlo en la «piedra filosofal».
A pesar de los esfuerzos, los alquimistas no encontraron ningún sistema para transformar los metales en oro, pero el concepto de la piedra filosofal es todavía muy interesante. Hoy en día diríamos que es un catalizador, una sustancia que facilita la reacción química sin ser consumido. Así que los modernos catalizadores se podrían considerar piedras filosófales. Puede que no conviertan los metales en oro, pero convierten los aceites en margarina y los gases de los tubos de escape en dióxido de carbono, nitrógeno y agua.
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