Tenemos una imagen que comprende aquello que somos física y psíquicamente, que los demás ven y que nosotros conocemos perfectamente. ¿O no?
“Conócete a ti mismo" era la recomendación que Sócrates daba a sus discípulos. La idea del filósofo griego era que sólo a partir de ahí se podía llegar a la sabiduría. El problema es que, según recientes investigaciones, eso de conocerse a uno mismo no es tan sencillo. Cuando hablamos de lo que somos, nos referimos al conjunto de características físicas y psíquicas que hacen que cada uno de nosotros sea único y diferente. Pero, ¿somos capaces de vernos como somos realmente? La respuesta es que no. La mayoría de la gente "normal" —aquellos que no sufren patologías graves en la percepción de su imagen— se ve mejor de lo que es. "Nos vemos como si nos miráramos a través de anteojos con cristales rosa", asegura el profesor de Psicología de la Personalidad, Jesús Sanz. Según Sanz, "cuando se les pide a las personas que se describan con diversos adjetivos positivos y negativos, la mayoría suele usar más los primeros que los segundos. Alrededor de un 70% de positivos contra sólo un 30% de negativos".
En esa apreciación coinciden los expertos que trabajan con la percepción de la imagen. El cirujano plástico Javier de Benito defiende esa misma opinión: "Si no tuviéramos fotos de cuando éramos jóvenes, creeríamos que estamos igual. Y lo cierto es que tenemos menos pelo, más arrugas... Es una ventaja de nuestra memoria: tendemos a olvidar aquello que no nos hace muy felices".
Pero no es la memoria lo único que nos crea una imagen distorsionada de nosotros mismos. Para empezar, es físicamente imposible tener una imagen real de nuestro propio cuerpo. Las opciones para vernos son el espejo, las fotografías y las películas. En esos casos, la imagen es plana y no tridimensional. Además, en el espejo, que es el que habitualmente nos refleja, aparece invertida. Ni nos vemos como somos ni como nos ven los demás. Eso que ocurre con la imagen física sucede también con la voz. ¿Por qué cuando oímos nuestra voz grabada no la reconocemos? Primero, porque nuestra voz la oímos desde fuera, ya que nuestros oídos la recogen, pero también desde dentro, a causa de la resonancia interna. Y cuando la oímos grabada ocurre como con el espejo, el sonido grabado pierde frecuencias: no es exactamente igual al real.
"Para la creación de la propia imagen utilizamos la información. Cuanta más información objetiva tengamos, más próxima a la realidad será la percepción que tenemos de nosotros mismos", explica el psicólogo Jesús Sanz. Pero ya hemos visto que, para empezar, la información de nuestra naturaleza física que nos llega no es exacta. Y lo mismo ocurre con el resto de datos. Esa distorsión entre lo que somos realmente y lo que creemos que somos parece tener una causa adaptativa.
"Si no creyéramos que somos más listos, más trabajadores, con más suerte, etc., dejaríamos de hacer muchas cosas", asegura Sanz. El alejamiento entre la realidad y nuestra percepción no es enorme. "Nos vemos un poquito mejor", dice Sanz. Cuando esa distancia se hace muy grande, aparecen las patologías.
Esa idea de que nos vemos un poco mejor de lo que somos es muy nueva en el campo de la psicología. Durante cientos de años, los filósofos pensaron que la propia imagen se ajustaba mucho a la realidad. Pero a principios del siglo pasado las cosas cambiaron. Uno de los primeros que observó que aquello no era cierto fue Sigmund Freud. El psiquiatra vienés estaba convencido de que la imagen que cada uno tiene de sí mismo no se corresponde con la realidad, sino que está influida por diversos hechos; entre ellos, la experiencia previa. La corriente mayoritaria entre los pensadores fue que las personas se veían un poco peor de lo que realmente eran. Pero en los últimos años, otra teoría —esa que afirma que nos vemos como con cristales de color rosa— se ha ido abriendo paso poco a poco.
Se llama teoría del optimismo inteligente, y defiende que esa ligera alteración positiva de la percepción sobre uno mismo tiene un componente adaptativo. Que nos vemos mejor porque así nos va mejor. "Pocos de nosotros creemos que tenemos la misma posibilidad que los demás de tener accidentes, enfermedades o grandes contratiempos, y todo eso, aunque sea inexacto, contribuye a hacernos sentir una ilusión de invulnerabilidad y una anticipación de éxito que facilita la acción y resulta fundamental para nuestra vida", afirman María Dolores Avia y Carmelo Vázquez en su libro Optimismo inteligente.
La psicóloga de la Universidad de lowa (EE UU), Jodie Plumert, hizo que un grupo.de adultos y uno de niños de entre 6 y 8 años de edad estimaran su capacidad para hacer tareas físicas como tomar un objeto de una estantería alta o andar entre pivotes sin tirarlos. Los resultados demostraron que los más pequeños tienen una distorsión mucho mayor de su capacidad real, pero que también los adultos sobreestiman su posibilidades.
Lo que le faltaba a esta teoría del optimismo inteligente para su consolidación era la demostración de que realmente esa ligera distorsión positiva servía para algo, y eso ha llegado. Hace menos de dos años, el psicólogo de la Universidad de Pennsylvania, Martin Seligman, publicó un estudio en el que demostró que los pesimistas mueren antes que los optimistas. Una diferencia de 10 puntos en una escala que iba desde "normal" hasta "pesimista" significaba un riesgo de muerte un 19% mayor.
La psicóloga estadounidense Shelley Taylor, autora de la teoría del optimismo inteligente, explica que estas personas no ignoran la realidad, sino que la transforman. Según Taylor: "Las ilusiones son una forma de interpreto la realidad desde la mejor perspectiva posible".
"La gente corriente parece que prefiere verse como contenta, afirmar que su vida vale la pena y que tiene un buen futuro por delante", afirman también Avia y Vázquez. Precisamente Avia dirigió un estudio entre alumnos de Psicología cuyos resultados también confirman esa tesis. Se les pidió a los alumnos que valoraran su experiencia sexual en relación con la de los demás. "Los que no habían tenido aún relaciones sexuales completas", asegura Jesús Sanz, "opinaban que su experiencia era igual o mayor que la de sus compañeros. Dado que eran estudiantes con una experiencia muy escasa, es sorprendente su respuesta".
La explicación que los expertos dan a este fenómeno es el modo en que utilizamos la memoria. Carlos Castillo del Pino lo ha definido perfectamente: "Olvidar es una forma, económicamente necesaria, de disolver aquella parte de nosotros que, por diversas razones, no toleramos", asegura el psiquiatra en su libro Pretérito Imperfecto. Avia y Vázquez lo explican en Optimismo inteligente: "La memoria es siempre interesada y, en condiciones anímicas normales, casi siempre juega a nuestro favor". Estudios realizados por estos psicólogos demuestran que los que tienen un estado de ánimo alegre recuerdan más información positiva que negativa. Cuando se les plantea a grupos de personas que memoricen ciertas palabras, se descubre que los "normales" recuerdan entre un 10 y un 15% más de palabras positivas que negativas, y los deprimidos, un 15% más de negativas.
También en lo que tiene que ver con la imagen física nos vemos con cristales rosa. "Lo que hacemos", explica Jesús Sanz, "es colocarnos como referencia. No pensamos que somos bajos, sino que ese otro es algo más alto que nosotros, y aquel más bajo". Aunque los expertos han advertido que también se producen alteraciones negativas. Un 33.9% de las personas que consultan a un especialista en Medicina Estética sufre una alteración en la percepción de su imagen; en este caso, negativa. "Son los insatisfechos", define el cirujano plástico Javier de Benito, "los peores pacientes para cirugía plástica, porque nunca van a estar satisfechos. Esta alteración negativa en la percepción les va a acompañar siempre, y por mucha cirugía que se hagan van a seguir viéndose mal siempre".
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