El concepto de gene que nosotros conocemos como el proceso de la herencia, y que se transmite de padres a hijos a través de aquél, tiene su base en el núcleo de la célula, que es el centro que genera todas las actividades de los organismos. En el núcleo se encuentran unos orgánulos filiformes llamados cromosomas, cada uno integrado por miles de genes; por lo tanto, los genes y los cromosomas se componen de ácido desoxirribonucleico (ADN), sustancia que transmite el mensaje hereditario de generación a generación. El ADN integrado en cada gene posee las instrucciones necesarias para producir algunas de las proteínas que forman el cuerpo humano y lo mantienen activo. Las moléculas del ADN están estructuradas con una doble hélice.
Cuando unas células mueren, otras se multiplican para reemplazarlas a través de la mitosis. La duplicación del ADN comienza al romperse la doble hélice por el centro. Una vez dividida forma dos espirales y cada espiral sirve como patrón para formar una nueva doble hélice. Se puede llevar en cada célula el gene que determina la piel blanca o morena. Esto se debe a que unos genes ejercen mayor influencia que otros; los de mayor influencia se llaman dominantes y los de menor influencia, recesivos. Fue prácticamente en el siglo XX cuando los científicos pudieron explicarse por qué los hijos, con suma frecuencia, se parecen a los padres. La razón es que los progenitores transmiten a los hijos unas partículas de materia viva llamadas genes, las cuales llevan instrucciones codificadas que especifican muchas de las características del individuo. Se sabe que forman parte de los cromosomas.
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