Actuaciones de Óscar para guiones de saldo, la crisis de confianza digital y satélites eternos - lunes, 29 de diciembre de 2025
¿Qué le pasó a Hawkins? Cuando los actores son demasiado grandes para su propia serie
Vamos a decir las cosas claras: el final de Stranger Things nos ha dejado con la misma sensación que una pizza recalentada. Visualmente se ve increíble, pero cuando muerdes, te das cuenta de que al guion le falta sabor. Es un fenómeno rarísimo. Por un lado, tienes a un grupo de actores que ya no son esos niños que buscaban a Will en bicicleta; son estrellas de primer nivel que entregan actuaciones que te ponen los pelos de punta. Millie Bobby Brown o David Harbour están en un nivel de madurez actoral que, honestamente, le queda gigante a lo que los hermanos Duffer escribieron para ellos en este cierre de la quinta temporada.
El problema es que la serie se enamoró tanto de sus personajes que se olvidó de ponerlos en peligro de verdad. Es lo que en la industria llamamos "el escudo de guion": esa armadura invisible que hace que, por muy terrible que sea el monstruo, sepas que a tu favorito no le va a pasar nada. Y ahí es donde se rompe el pacto con nosotros. Si Vecna es la amenaza definitiva, pero se derrota con un discurso emotivo y un par de casualidades convenientes, la tensión desaparece. James Cameron, el tipo que mejor entiende el espectáculo en Hollywood, siempre dice que si no hay riesgo de pérdida real, el espectador se desconecta. Y eso es exactamente lo que pasó en Hawkins: se volvieron "tacaños" con el drama para no hacer llorar de más al fandom.
Mientras tanto, el resto de Hollywood está mirando con lupa este tropiezo. Marvel, por ejemplo, está filtrando detalles de los nuevos X-Men y parece que finalmente aprendieron la lección: no puedes vivir de la nostalgia de los años 2000 para siempre. Necesitan sangre nueva, historias que respiren por sí mismas. Lo mismo pasa con The Last of Us, que acaba de sumar a Danny Ramirez para su tercera temporada. Esa serie sí que sabe tratar a su audiencia como adultos; no te regala finales felices porque sí, te da realidad, aunque duela. Incluso en el mundo del anime, Sakamoto Days le está dando una lección a todos sobre cómo hacer acción que te vuele la cabeza sin necesidad de un guion pretencioso.
Al final, 2025 nos está enseñando que no basta con poner luces de neón y sintetizadores ochenteros para hacernos felices. La audiencia ha crecido, ha visto mucho cine y ya no se traga cualquier resolución barata. Queremos que nos sorprendan, que nos asusten y, sobre todo, que respeten la inteligencia que le hemos dedicado a la serie durante casi una década. Hawkins se despide no con una explosión, sino con un suspiro de "pudo ser mejor". Y esa es la mayor tragedia de todas: tener el mejor elenco del mundo y no saber qué hacer con ellos más allá de protegerlos del frío.
Esperemos que los próximos proyectos de los Duffer recuperen ese colmillo que tenían al principio. Porque si algo hemos aprendido este lunes 29 de diciembre, es que los efectos especiales más caros del mundo no pueden tapar un agujero de guion del tamaño del Upside Down. La magia se acabó, y ahora solo nos queda el recuerdo de lo que fue antes de volverse un producto de marketing diseñado para vender figuras de acción.
Tu jefe no te miente (quizás), es solo que el lag de Zoom te está volviendo paranoico
¿Alguna vez has estado en una videollamada y has sentido que algo no cuadra? No es que la reunión sea aburrida (que también), es que tu cerebro está gritando que algo anda mal. Resulta que la ciencia finalmente tiene una explicación para esa fatiga digital que nos está matando este 2025: el "lag" es un saboteador emocional. Cuando hay un retraso de apenas unos milisegundos entre lo que alguien dice y cómo mueve los labios, nuestro cerebro entra en modo de pánico subconsciente. Estamos diseñados evolutivamente para detectar mentiras a través de la sincronía facial, y cuando el internet falla, nuestra amígdala piensa que nos están engañando.
Es una locura pensar que la tecnología que debería acercarnos nos está volviendo desconfiados. Pasamos el día analizando caras pixeladas y voces metálicas, haciendo un esfuerzo sobrehumano para validar si la persona al otro lado es real o una simulación. Y hablando de simulaciones, los fabricantes de robots humanoides están teniendo un baño de realidad. Se suponía que para este año ya tendríamos robots ayudándonos en casa, pero la verdad es que "no dan la talla". Siguen atrapados en el valle inquietante: se parecen tanto a nosotros que, cuando hacen un movimiento torpe o te miran con ojos de vidrio, te dan ganas de salir corriendo.
Kazuo Ishiguro lo clavó en su libro Klara y el Sol. La inteligencia artificial puede aprender a imitarnos, puede recitar poemas y hasta predecir qué vamos a comprar, pero le falta la chispa de la imperfección. Lo que nos hace humanos es precisamente que nos equivocamos, que tenemos contradicciones y que no respondemos con la lógica de un algoritmo. Queremos conexiones reales, no robots que intentan ser simpáticos y terminan pareciendo personajes de una película de terror de bajo presupuesto. Este 2025, el lujo no es tener el último gadget, sino tener una conversación cara a cara, sin latencia y sin procesadores de por medio.
Incluso las grandes instituciones se están dando cuenta de que el formato tradicional está muerto. Los Oscar se han mudado a YouTube porque saben que nadie va a aguantar tres horas de gala televisiva con interrupciones. Queremos la información ya, la queremos directa y la queremos humana. Estamos saturados de lo sintético. Así que la próxima vez que te sientas agotado después de una reunión virtual, no te culpes. No eres tú, es tu cerebro reptiliano luchando contra una señal de Wi-Fi inestable que le hace creer que está rodeado de mentirosos. Bienvenido a la era de la desconfianza digital, donde lo más revolucionario que puedes hacer es apagar la cámara y hacer una llamada de voz a la antigua.
Satélites eternos y el misterio de Júpiter: Lecciones de supervivencia para un 2026 que asoma
Mientras nosotros nos peleamos con el cargador del móvil, ahí fuera, en la luna Europa de Júpiter, parece que la vida se está pegando una fiesta a la que no fuimos invitados. Se ha descubierto una fuente de energía inesperada bajo kilómetros de hielo, lo que sugiere que hay bacterias viviendo en la oscuridad total, alimentándose de química pura. Es una lección de humildad brutal: la vida no necesita un sol brillante ni una atmósfera perfecta; solo necesita ganas de existir. Europa es el ejemplo máximo de resiliencia, algo que deberíamos empezar a copiar aquí abajo si queremos que este planeta aguante un par de siglos más.
De hecho, la ingeniería espacial ya está tomando nota. Tras décadas de fabricar satélites que duran lo mismo que un contrato de alquiler, para 2026 el plan es construir tecnología "eterna". Satélites indestructibles que no se conviertan en basura espacial a los cinco años. Es un regreso a la mentalidad de las pirámides o las catedrales: hacer cosas que nos sobrevivan. Estamos tan acostumbrados a lo desechable que la idea de un objeto que dure décadas nos parece ciencia ficción. Pero el síndrome de Kessler (el riesgo de quedar encerrados en una jaula de chatarra orbital) nos está obligando a madurar y a dejar de tratar el espacio como un vertedero de un solo uso.
Y hablando de cosas que se acaban, hay un dato que te va a hacer sentir que el tiempo vuela: de todas las figuras históricas que Billy Joel menciona en su mítica canción We Didn't Start the Fire, solo quedan tres vivas. Es el cierre oficial de la era analógica. Se están apagando las últimas luces del siglo XX y nos estamos quedando solos frente al teclado. Es un momento nostálgico, sí, pero también es una invitación a escribir nuestra propia letra. Estamos en un punto de transición donde los viejos mitos mueren y los nuevos (IA, exploración espacial, biotecnología) todavía no terminan de nacer. El fuego siempre ha estado ardiendo, pero ahora la mecha la sostenemos nosotros.
Así que aquí estamos, lunes 29 de diciembre de 2025, mirando al cielo para ver si los satélites nuevos brillan y escuchando los ecos de Júpiter. La vida es persistente, ya sea en un océano helado a millones de kilómetros o en la oficina digital donde intentas que el lag no te vuelva loco. Si algo nos enseña este fin de año, es que la resistencia es la clave. Ya sea construyendo máquinas indestructibles o manteniendo la cordura en un mundo de robots mediocres, el objetivo es seguir adelante. Porque al final, como diría Billy Joel, nosotros no empezamos el fuego, pero nos toca decidir qué hacemos con la ceniza.
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